Pensaba hace unos días sobre cuándo, dónde, empieza todo lo que podemos hacer para educar a nuestros hijos, pues no solo educamos cuando nos lo proponemos, cuando damos un discursito o les leemos libros de educación emocional y valores… ¿Qué hay de nosotros, del tipo de personas que somos y en las que nos hemos convertido? ¿Qué hay de todas esas maneras invisibles a través de las que, sin a lo mejor ser conscientes, estamos educando más (muchas veces muy mal) que con todo lo que nos proponemos?
Pronto me vino a la cabeza que, quizá, educamos ya con la manera, la actitud, nuestra expresión facial, la postura, el tono de voz… con que los despertamos.
Por supuesto, con nuestra forma de hablarles, educamos, y con la de dirigirnos a todas (¡todas!) las personas con las que interactuamos.
Educamos con las maneras de mirar, con lo que comentamos sobre lo que vemos… Por supuesto, también con lo que hablamos en voz baja cuando creemos que no nos oyen. Y con lo que hacemos cuando creemos que no nos ven.
Cuando sonreímos y cuando hacemos un mal gesto, cuando criticamos a los profesores, a quienes salen en la tele o juzgamos aunque sea lo más mínimo algo de las vidas ajenas. Cuando no dudamos en regalar palabras amables, también…
Educamos cuando hacemos un comentario sobre los cuerpos de los demás, sobre sus cuerpos, cuando les obligamos a hacer lo que no quieren, cuando no nos hacemos respetar.
Cuando les presionamos o exigimos demasiado, cuando intervenimos en exceso, cuando no les permitimos hacer todo aquello que pueden hacer por sí mismos.
Si somos pusilánimes, si adoptamos la pasividad y cobardía por estilo de vida, así, así también les estamos educando.
Cuando nos cuesta pedir ayuda, reconocer que estamos mal, que tenemos miedo…
Con la forma en que cuidamos (a los demás, nuestra casa, nuestras cosas…) también educamos, claro, y por supuesto con cómo nos cuidamos (física y emocionalmente) a nosotros mismos.
Cuando somos áridos en el trato o cordiales o hipócritas o amables o afectuosos…
Si tenemos muchas relaciones que no cuidamos o cuando mantenemos como flores frágiles unos pocos amigos verdaderos.
Educamos cuando hablamos de cómo nos sentimos, cuando no nos asusta mostrarnos vulnerables y frágiles, cuando no nos tiembla el pulso al reconocer nuestros errores.
Cuando confiamos en los demás y cultivamos un amor noble por la vida. Cuando somos humildes o soberbios.
Educamos cuando miramos al mundo con ilusión y alegría, cuando nos enternecemos ante el más mínimo detalle, cuando nos emocionamos sin pudor.
Cuando hablamos de nuestros límites, cuando reconocemos que no podemos más y nos procuramos un rato de bienestar y descanso.
Educamos también cuando nos empeñamos en parecer seres perfectos, cuando nos exigimos más de lo saludable, cuando la vida es un peso para nosotros y no cabe más tristeza en nuestros ojos.
Cuando les demostramos desconfianza, cuando les damos más valor a los testimonios ajenos que a los suyos y cuando les reñimos en público más motivados por nuestra necesidad de quedar bien y demostrar lo bien que educamos.
Educamos cuando nos incomoda estar sin hacer nada y cuando nuestra actividad diaria es frenética. Educamos con nuestros hábitos, cuando cogemos el cigarro y también la manzana, el libro o el mando a distancia…
Si hemos sabido encontrar espacios para nuestra pasión o vivimos prisioneros de rutinas insanas e inercias.
Cuando lo que decimos y hacemos es diferente y cuando nuestras vidas no pueden ser más opuestas al contenido de nuestros discursos y al de los libros que les obligamos a leer para educarlos.
Y podría seguir y seguir relacionando formas, momentos, en los que bien o mal educamos… Si lo deseas, tú también puedes participar en este artículo completándolo abajo en los comentarios con tú opinión y puntos de vista.
Imagen de LaterJay Photography en Pixabay.
«Dar ejemplo no es la mejor manera de enseñar, es la única». Esa conocida frase, irrebatible, atribuida a Einstein te ha servido para armar (te felicito) un post muy bonito sobreel importante tema de la educación, enumerando y seleccionando una serie de ejemplos muy bien elegidos. Pero me parece que se te ha pasado uno fundamental, supongo que por despiste, muy candente para los tiempos que transitamos. Y te lo explico describiendo una escena muy familiar para cualquiera en cualquier ámbito social en el que se mueva:
– Cristian (o Borja, ya digo que es lo mismo), deja el móvil de una vez, que ya está bien, y termina de ordenar tu habitación y hacer tu tarea., anda
– ¿Y tú qué? Tú te pasas también todo el día con él en la mano, o si no con la tablet.
– Calla, niño, no seas contestón, y además, eso no es cierto, yo lo uso por trabajo.
– Sí sí, jajaja
¿Quién no ha presenciado una escena así más de una vez? Los niños tienen ojos y lo imitan todo, efectivamente, lo bueno y lo no tan bueno. La adicción a las pantallas es un tema grave, en niños, adolescentes y mayores. Si uno se pasa el día ojeando el uasap. el fb, el ig, el twitter, y las notificaciones de todo tipo, sea por trabajo, por aburrimiento o por vacío existencial nuestro hijo se da cuenta, así que ¿cómo le pide uno a él que deje la pantalla y haga otras actividades más sanas y placenteras si uno mismo no lo hace?
Y en el caso de padres «ejemplares» (pocos) que utilicen las pantallas en su justa medida el niño crece y en sus ambientes, cada vez más, quien no usa esos artefactos continuamente para todo se le mira como un bicho raro., se le acaba excluyendo. Se me cae el alma a los pies cuando observa uno las pandillas de críos y crías de 10 a 16 años en plena calle cada uno con su movilicito en la mano haciéndose selfies como forma de diversión. Y lo que es peor: desde una pantalla de esas se puede acceder a cualquier sitio, algunos de ellos muy muy peligrosos para gente de esas edades. Un problema muy complejo que importa mucho al educador pero que, sin extenderme, yo, tal y como funciona todo, no le encuentro solución. Forma parte del engranaje que ha montado el idioceno hacia el colapso social y ambiental que más pronto que tarde llegará.
Saludos cordiales.
Muchas gracias por la extensa aportación. Sí, no entré en ese tema en concreto pero pensaba en ello cuando me refería a malos hábitos, inercias… ¡Saludos!