De prisioneros a señores

Me ha costado muchísimo entender, y seguramente aún no lo he entendido del todo, el poder que tenemos para crear realidad, para darle forma a nuestra vida, a nuestra experiencia, a nuestro sentir, incluso a nuestro dolor.

Me pregunto cuánto de eso con lo que bregamos en nuestro día a día, que tanto nos pesa, que es tan real para nosotros que incluso castiga a nuestro organismo y nos enferma, existe de verdad.

¿Nuestra falta de tiempo? ¿Nuestras prisas? ¿Nuestros miedos? ¿Eso que nos disgusta o decepciona de los demás? ¿Ese error del pasado? ¿Lo que nos preocupa del futuro? ¿Nuestros límites? ¿Eso tan necesario, tan urgente? ¿Cuánto de todo eso es verdad? ¿Qué es real? ¿Cómo podemos saber que no lo hemos inventado o construido nosotros? Nosotros solos con esa herramienta tan importante, y tan tramposa muchas veces, que es la mente.

Que sí, que ya sé que tu falta de tiempo sí es real, por culpa de ese trabajo precario, de tu complicada situación familiar, de eso que solo tú sabes. Pero a lo mejor no es tan tan real como piensas, ¿no? En mi opinión, merece mucho la pena reflexionar sobre ello.

¿Quién no ha comprobado cómo su tiempo se contraía o expandía según como se sintiera en ese momento de su vida? Cómo los agobios y las presiones y las dudas y los miedos y bloqueos… nos dejan sin energía y, por más horas disponibles que tengamos, no hay manera de que cundan. Mientras que cuando estamos descansados, y ligeros, y sentimos la mente despejada y clara, resolvemos con una agilidad que hasta nos asusta.

¿Y las prisas? Qué familiar nos resultan a la mayoría de nosotros las prisas. Y qué reales. Por culpa de nuestros jefes, las extraescolares de nuestros hijos, las obligaciones de las que no podemos desligarnos, etc., etc. Sin embargo, cuántas de estas prisas que tan reales se nos presentan, que tanto peso real tienen sobre nuestros hombros, no existirán solo en nuestra cabeza. Nuestra mente creando sensación de prisa como consecuencia de hábitos y costumbres que a veces no vienen ni de nosotros mismos, ¡ay de las herencias!

¿No has experimentado nunca que después de una etapa difícil, muy cargada, aunque la situación cambie, sigues moviéndote por la misma inercia de agobios y prisas? Siempre con prisas aunque realmente no haya nada tan importante que hacer. Porque esa es otra: ¿quién decide qué es importante realmente?, ¿desde qué sistema de creencias, referentes, modelos familiares, por ejemplo, definimos «importante»?

Y esas actitudes y gestos y reacciones que percibimos en los demás… ¿Existen como tales? ¿No es nuestra interpretación la que les da forma? Siempre en busca de sentido, uniendo puntitos (que la mayoría de las veces nos inventamos) como en esos juegos de nuestra infancia en los que uníamos y uníamos hasta encontrar al final ¡una forma! Pero qué forma. Una directamente ligada a nuestra manera de mirar, de interpretar, que depende de si confiamos o vamos asustados y con la escopeta cargada por la vida. De si somos generosos en la entrega o por el contrario salimos al mundo cerrados, tacaños de amabilidad, dulzura y amor. De si creemos en la prosperidad del universo o empezamos nuestros días agrios, enfadados, quejosos…

Y qué decir de nuestros miedos y nuestros límites. Esa mente, tan importante para la vida, convirtiéndose tantas y tantas veces en nuestra principal carcelera, rodeándonos de barrotes que no existen en realidad.

¡Realidad! ¡Verdad! ¡Qué temas más complejos! No pretendo encontrar respuestas, claro, solo reflexionar sobre nuestra capacidad de elegir, de darle forma a lo que vivimos, de crear realidad incluso. Nuestro poder para decidir jugar la mejor partida con las cartas que poseemos. Nuestro poder, en definitiva, para pasar de esclavos a señores de un reino, como afirma Pablo d´Ors en ese maravilloso libro que es Biografía del silencio.

Y, al fin y al cabo, reflexionar sobre la posibilidad que se nos presenta a cada minuto de elegir vivir desde el amor o desde el miedo, desde el respeto o desde el juicio, desde la gratitud o la queja, desde la pequeñez o la prosperidad…

Qué enorme capacidad. Y qué difícil ser conscientes, entenderlo. ¿O quizá sí que lo comprendemos pero nos asusta la colosal responsabilidad que entraña?

Y, para terminar, dejo espacio a las palabras de los grandes, ¡que se haga el silencio!

“El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad” (Ana María Matute).

«Se miente más de la cuenta
por falta de fantasía:
también la verdad se inventa».

Antonio Machado

«Me resolví a fingir que todas las cosas que jamás me hayan entrado al espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños», reflexión de Descartes en su Discurso del método, citado por Francisco Ayala en Cervantes y Quevedo.

«Crear nuestra experiencia es crear nuestra persona» (María Zambrano).

«Lo de fuera es una proyección de lo que llevamos dentro» (Pablo d´Ors).

Imagen de 愚木混株 Cdd20 en Pixabay

2 comentarios en «De prisioneros a señores»

  1. «Vrittis» y más «vrittis» transcritos. Así no se avanza, témome. 😉
    Los condicionamientos de nuestro subconsciente rebotan una vez y otra en la superficie de la mente y crean charloteos innecesarios que no llevan a nada. Aquietamiento y esclarecimiento mediante meditación y atención verdadera. Y actuar serenamente y con autenticidad. Sin miedos ni subterfugios. Y con humor. Es lo que hay, lo que es, y, además, si son cuatro días los que vivimos… Son mis recetas, ahora. Por si te sirvieran.

    Saludos cordiales.

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