Una fuente de luz interior
A veces me paro a mirar a un niño y veo en él, o en ella, todo lo que está bien. Todo lo que está bien en general, en la vida, en el universo… El brillo de sus ojos, la frescura de sus sonrisas, las ganas de hablar y hablar y compartir y preguntar y descubrir… El tono dulce y divertido de sus voces. Sus risas contagiosas… Su necesidad, y capacidad, de jugar y jugar y jugar, sin descanso. Su curiosidad, su entusiasmo, sus ocurrencias, su espontaneidad… Su verdad. Ay, los niños. Parecieran estar hechos de algo diferente a nosotros, que ya ni recordamos que una vez fuimos niños. Cantan, se mueven sin parar, lloran, se ríen, se enfadan, vuelven a reír y a llorar… Con absoluta naturalidad. Y, entonces, venimos nosotros, los adultos, que hace tanto que fuimos niños… Llegamos nosotros, adultos, que arrastramos como un peso insoportable disfraces …