La magia del perdón

«Si no perdonas, enfermas. El perdón es fundamental para sobrevivir. Para reinventarse. La víctima perpetua es una persona muy limitada por su herida abierta. El duelo no se puede eternizar. Pasar más de tres años de víctima no es saludable. Te encierra en el papel de traumatizado. Evita abrir otro capítulo de tu vida con ilusión, esperanza y creatividad».

Estas palabras de Luis Rojas Marcos (entrevista publicada hace unos días en el diario El País)  parecen muy fáciles de entender, ¿verdad?; sin embargo, el «perdón» es un concepto tan amplio y complejo que bien merece una profunda reflexión. ¿Todo es perdonable? ¿Qué factores influyen en nuestra capacidad de perdonar? ¿Somos realmente capaces de perdonarnos a nosotros mismos? ¿Vivimos cómodos en el rol de víctimas? Las posibles respuestas a estas cuestiones pasarían por revisar nuestro sistema de creencias, los hábitos de pensamiento, el modelo de lenguaje a través del cual nos hablamos a nosotros y a los demás, la disposición del espíritu… ¡Casi nada!

Nos escudamos en el «yo perdono, pero no olvido» y nos quedamos tan panchos, inconscientes de todo el daño que nos está causando ese resentimiento acumulado. Nos acostumbramos a vivir rodeados de malentendidos que no nos preocupamos de aclarar; acumulamos una conversación pendiente tras otra; coleccionamos emociones atragantadas, pensamientos no verbalizados… y todo esto se va quedando cada vez más apretado ahí al fondo, en ese lugar oscuro donde no entra ni la luz ni el aire, hasta que acaba pudriéndose y ¡claro!, enfermamos.

A lo mejor es que afanarnos en perdonar, así tal cual, es una tarea titánica para la que no todo el mundo está preparado. ¿Y si nos olvidamos del perdón en sí y nos concentramos más en la comprensión? Para esto habría que comenzar por la base: nuestro sistema de creencias, nuestro marco de referencia. Sería necesario revisar esas ideas sobre las que hemos asentado nuestra vida, porque a partir de lo que creemos se forman nuestros pensamientos, y a partir de nuestros pensamientos, surgen las emociones, y las emociones influyen en nuestro estado de ánimo y decía Heródoto que nuestro estado de ánimo es nuestro destino.

Si yo estoy (porque como decía Ortega y Gasset, las creencias no se tienen, en las creencias se está) en una creencia de origen ególatra basada en que el mundo está contra mí, que nadie me comprende, me respeta ni me da lo que yo merezco y necesito…; si vivo apegada a los juicios, cualquier gesto o comentario podrá dar lugar a pensamientos negativos del tipo «Hay que ver lo mal que me ha mirado hoy Pepita», «Pablo no me ha dado los buenos días, ¡será desagradable!», «Isabel me ha hablado en un tono extraño, ¿estará enfadada conmigo?», «Estoy segura de que mientras hablaba con Eloísa no me estaba echando ni puñetera cuenta, ¡qué interesada!», etc. Y, claro, con estos pensamientos solo podré experimentar emociones de inquietud, tristeza, descontento, rencor, culpa… que me impedirán vivir un día feliz y pleno. Estaré creando círculos de retroalimentación continua de negatividad hacia los demás y hacia mí mima.

¿Qué pasaría si, por el contrario, cambiara esa creencia por una basada en un concepto amplio de la comprensión, alejada del egocentrismo? «El mundo no gira en torno a mí. Todos tenemos nuestras preocupaciones, nuestras miserias, nuestros miedos. Cada uno está intentando vivir su vida lo mejor que sabe y puede. Si no me ha saludado a lo mejor es que ha tenido una mala noche y no se ha dado ni cuenta. Si me ha hablado mal a lo mejor es que está acumulando mucho dolor. Si no lo hace mejor es que quizá no sepa hacerlo. Tal vez es que lo que yo creo que es “lo mejor” sea también una creencia errónea…». Se ve claro, ¿verdad?

Con este cambio de creencia y de marco de referencia, además, estamos dando un salto en nuestro posicionamiento en la vida, diría hasta en nuestra perspectiva espiritual, porque estamos actuando desde la humildad, venciendo el ego y entrenándonos para mirar a los demás desde el amor, desde la comprensión global de las complejas realidades humanas que cada cual lleva a sus espaldas. Y ¡ojo! porque comprender no es siempre aprobar aquello que nos parece incorrecto, dañino, tan solo entender las posibles razones que llevaron a esa persona a actuar de una determinada manera y liberarnos del papel de víctima.

Y al cambiar esa perspectiva, esa forma de mirar, lógicamente se modifica la manera en que nos percibimos a nosotros mismos. Empezamos a ser más comprensivos con nuestros errores, a exigirnos menos, a respetar más nuestros ciclos, nuestra evolución…; en definitiva, a amarnos más y mejor, creando así una vibración de amor que irá de dentro afuera como un bumerán mágico que cambiará todo. Se trata también de aprender a soltar el control, dejar de juzgar constantemente, de fluir más y mejor con la vida.

Reflexionando sobre todos estos conceptos, di con el Hoponopono, una práctica de origen hawaiano basada en la sanación espiritual a través del perdón, la reconciliación y el amor. ¡Justo en la diana! Qué casualidad también que el titular de la entrevista a la que aludí antes de Rojas Marcos fuera «Hay que decir más ‘cuéntame’, ‘perdona’ y ‘te quiero».

El significado de Hoponopono es, por lo visto, higiene mental y ¡a mí eso me fascina! Qué maravilla soltar todos los lastres que nos encadenan, hacer limpieza interior para poder continuar libres y ligeros, para poder crear nuevas situaciones, nuevas realidades, para poder reinventarnos y construir esa vida que anhelamos. Se concibe también como un método espiritual para restaurar las malas relaciones interpersonales que conducen a patologías tanto en el individuo como en el grupo (por lo visto se practica mucho en familias). Cuanto menos, interesante para investigar…

Y hasta aquí mi reflexión. Sinceramente creo, en estos momentos de mi vida, que merece la pena revisar las posibles creencias que nos puedan estar perjudicando y empezar a mirarnos a nosotros mismos y a los demás con más amor y comprensión; creo (y es mi experiencia personal) que con esto, el perdón viene como una consecuencia natural, sin forzarlo desde el ego, sin creernos jueces de aquello que estamos perdonando y, por supuesto, sin pensar que el perdón es un favor que hacemos a quien perdonamos, ya que sin duda, los principales beneficiados al soltar y liberarnos somos nosotros.

Pedir perdón es de inteligentes. Perdonar es de nobles. Perdonarse es de sabios. Frase anónima.

Gracias por prestarme vuestra atención, como siempre, me encantará conocer qué pensáis, que reflexionemos juntos en un interesante debate, os espero abajo en los comentarios o en las redes sociales. 😉

Imagen de kalhh en Pixabay

4 comentarios en «La magia del perdón»

  1. Me encanta Berta, cómo has conseguido reflejar eso que nos ocurre a diario, y haber ilustrado tan claro bebiendo de distintas fuentes.
    Sólo se me ocurre darte las Gracias por triplicado.

    Responder

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