Yo fui una niña gorda

Yo fui una niña gorda.

O tal vez no lo fui, quién sabe,

pero me sentí así demasiado tiempo.

Con los años descubrí que no fui gorda,

que yo era «grande», ¡qué cosas!,

necesité varias horas con una psicóloga

para aprender a reconsiderar la palabra «grande»,

para dejarla de asociar con todas esas veces

que me sentí mal por ser «grande».

¿Por qué recuerdo con tanta nitidez aquella tarde

que una mujer adulta, cercana, me invitó a estirarme un

poco la falda porque estaba enseñando mis

piernas grandes (o tal vez, gordas)?

¿Por qué no olvido aquel día en que una compañera

me dijo que por qué no hacía dieta?

No habría cumplido ni los treces años

y ya malgastaba parte de mi vida

en preocupaciones, en malestar,

en dolor por sentirme gorda.

Y vaya si hice dieta: la de la piña,

la de aquella clínica estadounidense,

la del libro aquel…, la de las revistas que

tenían la fórmula mágica para dejar de ser gorda.

No sabría decir cuántas semanas de mi vida

pasé haciendo dietas, cuántos días

perdí obsesionada con el objetivo,

con esa clara meta: dejar de ser gorda.

He tenido que cumplir 39 años para descubrir en un libro*,

que no me cansaré de recomendar,

lo terapéutico que resulta usar la palabra gorda

con esta tranquilidad con la que ahora lo hago,

sin temor, sin complejo, sin ningún tipo

de miedo a que alguien descubra que un día lo fui,

o quizá no, quién sabe.

Otro libro de la misma autora, Carmen G. De la Cueva,

«Un paseo por la vida de Simone de Beauvoir»,

me ayudó a ver más claro algo que llevaba mucho tiempo madurando,

la importancia de abrirnos al mundo,

de compartir lo que llevamos dentro,

de contarnos, ¡contarnos!,

con la intención de que lo que sentimos,

lo que vivimos, aquello por lo que pasamos, pueda ayudar a otros.

Si por algo me he decidido hoy a escribir estas palabras,

a exponerme así,

es por intentar ayudar a cualquier chica o chico,

a cualquier persona que esté actualmente

sintiéndose mal por algo similar.

Hay algo enfermo en una sociedad que pretende

unificarnos a todos bajo un mismo estándar

cuando lo más bonito de cada uno son nuestras diferencias.

Hay algo enfermo en una sociedad en la que una niña

de 13 años le dice a otra que haga dieta,

¿para qué?, ¿para ser aceptada?, ¿para ser valorada?

Conviene pensar que nuestros complejos

están forjados por muchos intereses económicos;

pensémoslo, si todos nos aceptáramos, si fuésemos felices,

¿cuántas empresas caerían? Dejarían de venderse

cremas anticelulíticas, reafirmantes, reductoras,

antiarrugas, pastillas diuréticas, bálsamos de todo tipo…

No permitas, no permitamos, que un estándar de belleza,

un estereotipo o una moda limiten nuestra vida.

Cuidémonos por salud, movámonos, por nuestro bienestar,

aceptemos nuestro cuerpo,

disfrutemos de él y con él…

Yo no soy psicóloga y no sé si necesito tener una carrera

para que mi sugerencia tenga mayor fundamento,

pero revisemos nuestras creencias, una a una.

Porque algo no está bien si creemos que necesitamos ser delgadas o altas

o tener las piernas o los pechos de una determinada manera para ser feliz,

para ser aceptados, para ser valorados…

Yo he tardado años en ser verdaderamente consciente de esta realidad,

ojalá tú, si estás pasando por algo similar,

puedas darte cuenta antes.

Lee, lee mucho para descubrir cómo otras personas también se sintieron así,

ábrete a otras formas de ser,

de sentir, de vivir, porque no mereces que ningún

estereotipo corte tus alas.

Las personas más bonitas que he conocido en mi vida

lo son de manera absolutamente independiente

a sus rasgos físicos.

Tus diferencias son tu mayor valor, poténcialas,

explótalas, cree en ti, quiérete, quiérete mucho.

Y, como adultos, cuidemos hasta el infinito las palabras que usamos

al dirigrinos a los peques, porque…

las palabras forman la realidad,

y nunca sabemos con qué fuerza puede arrasar algo que digamos

en el corazón vulnerable de un niño o de un adolescente.

Recuerda cómo de nítida está en mi mente esa tarde

en la que alguien me dijo que me tapara

mis piernas gordas

que tal vez solo eran grandes,

no lo sé, quién sabe…

Berta Carmona Fernández.

Si te parece interesante o útil, gracias por compartir. 😉

*Se trata del libro «Mamá, quiero ser feminista»,

de Carmen G. De la Cueva, absolutamente recomendable,

creo que debería ser hasta lectura obligatoria en las escuelas.

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