Los cuentos, las metáforas, las historias… nos ayudan a entender ideas complejas de una manera muy sencilla que normalmente logra superar nuestras principales barreras mentales.
En El elefante encadenado, Jorge Bucay reflexiona sobre los motivos por los que, en los circos, los elefantes mayores permanecen atados a una estaca, a pesar de poseer fuerza suficiente para desligarse de ella, tan solo porque desde pequeños fueron acostumbrados a ese yugo, no conocieron otra realidad: aprendieron a vivir atados.
Quizá intentaron soltarse una y otra vez cuando eran pequeños y débiles y, al no conseguirlo, concluyeron que no merecía la pena esforzarse, desistieron de intentarlo una vez más. Justo lo que se conoce en psicología como indefensión aprendida.
Si ya has leído alguna de mis publicaciones anteriores, quizá te hayas dado cuenta de que una de mis preocupaciones fundamentales es cómo somos capaces de perdernos a nosotros mismos, desconectarnos de nuestro centro, nuestra esencia, desaprovechando así nuestros talentos, energías, fuerzas, en definitiva, vidas, por unos condicionamientos que nos persiguen, a veces, desde las primeras etapas de nuestra infancia.
Es el caso de muchos escritores y escritoras con quienes he tenido la oportunidad de trabajar. Sienten pasión pura por la escritura, saben que es una de las actividades que más les llena y da sentido a sus días, pero no llegan a dar el paso de empezar a escribir, se sienten bloqueados, porque en lo más profundo de sí mismos creen y sienten que no pueden. La consecuencia directa es una sensación de malestar y frustración que, de prolongarse mucho, termina por contaminar a toda nuestra vida (ira, enfado y tristeza frecuentes), dejándonos sin luz y afectando seriamente a nuestra salud.
En torno a esta idea, aparte del brutal poder conceptual que tiene para mí la imagen del elefante triste, impotente, con todo ese torrencial de fuerza desperdiciada…, hay unos versos de Borges que me persiguen con insistencia:
He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida no fue su joven voluntad.
Más adelante escribe: Me legaron valor. No fui valiente.
Durísimo, ¿verdad?
La felicidad, ya lo sabemos, para cada cual puede consistir en algo diferente, lo que suele ser igual para todos es por qué, en ocasiones, se nos escabulle, por qué dejamos que nuestro valor, nuestro poder, se vaya debilitando hasta casi convertirnos en una especie de títeres en manos ajenas. Me refiero a la programación mental, a esas creencias limitantes que constituyen el filtro desde el que percibimos el mundo.
«Pueden porque creen que pueden». Virgilio
Este es el tema sobre el que, desde mi propia experiencia, he intentado reflexionar en la publicación ¡BASTA YA!: Atraviesa tus bloqueos, que ahora puedes descargar gratis al suscribirte a mi blog . El título viene de que a veces hay que llegar a un nivel de malestar muy profundo, a un hastío insoportable, a un cansancio devastador… para dar ese grito, ese golpe en la mesa y decidir que tenemos que hacer algo para que algo cambie.
Porque ya lo decía Einstein: «Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo».
Así que, si sientes, de algún modo, que te persigue un bloqueo persistente; que peleas mucho por acercarte al tipo de vida que deseas, pero una especie de freno de mano invisible parece detenerte; que tropiezas una y otra vez en los mismos errores y te acribillas con culpas y reproches; que la frustración y el malestar crecen y sabes y sientes que ya no puedes seguir como estás, que algo tiene que cambiar (tu situación laboral, familiar, tu relación de pareja…), pero no lo consigues, ojalá algo de lo que te cuento en esta guía, a partir de mi experiencia personal, pueda servirte.
Muchos ánimos y, sobre todo, ¡no te rindas! No estás solo, no estás sola.
Imagen de ayoub wardin en Pixabay
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Me resultaron muy cercanas tus palabras, como si en vez de leerte te estuviera escuchando. Se te lee de un tirón. 👌 Estaré más seguido por aquí. 😉
Me alegran mucho tus palabras, muchísimas gracias y también por acompañarme por aquí. 😉