Durante mi meditación matutina, reflexionando sobre lo difícil que es, en muchas ocasiones, ver con claridad el camino que deberíamos seguir, ha venido a mi mente con mucha nitidez el discurso final del señor Slade (interpretado por Al Pacino) en la película Esencia de mujer. En concreto, la frase «en las encrucijadas de mi vida siempre supe cuál era el camino correcto; sin excepción lo he sabido, pero nunca lo seguí, ¿saben por qué?, porque era muy complejo». Hace muchos años que vi esta peli por primera vez y aún puedo recordar con absoluta claridad cómo me impactó esa frase, y cómo lo sigue haciendo, por más veces que la haya visto.
Yo no estoy tan segura como este personaje de saber siempre qué camino seguir, pero lo que sí tengo claro es que uno de los motivos principales que impiden que así sea es el MIEDO. Tememos ese amplio, extraño y subjetivo concepto de «fracaso», sin darnos cuenta de que protegiéndonos de una manera excesiva ante el mismo ya estamos cometiendo un enorme error. ¿Qué peor fracaso que no poner a prueba nuestro potencial, no saber de lo que somos capaces? Qué tristeza rendirnos antes incluso de haber comprobado si podíamos o no…
Además, el éxito o el fracaso no son conceptos objetivos, sino que dependen de nuestras creencias, de la manera en que afrontamos la realidad, de nuestra escala de valores…; tras los mismos existe un importante componente cultural. Por ejemplo, en Estados Unidos el fracaso se concibe de una manera muy distinta a como lo hacemos en nuestra sociedad, de tal modo que hasta en los currículos se tiene en cuenta cuántas veces ha «fracasado» un candidato, por ejemplo iniciando empresas o proyectos que cerraron, como manera de valorar su creatividad, su capacidad de iniciativa, de asumir riesgos… Valorar esto nos da también pistas sobre la capacidad de evolucionar de la persona, de afrontar dificultades, de adaptarse a nuevas situaciones, de reinventarse… todos valores fundamentales para constituir una personalidad fuerte y exitosa. Merece la pena recordar todo esto cada vez que el miedo a fracasar nos impida tomar ese camino que nuestra voz interior nos está indicando.
También podemos ir un poco más allá en la reflexión y plantearnos: ¿cuando nos cortamos nosotros mismos las alas no estamos siendo unos desagradecidos con esos talentos con los que la naturaleza nos ha dotado? ¿Sacar nuestra mejor versión no debería ser un deber, incluso hasta una obligación, con nuestra comunidad, con la época en la que nos ha tocado vivir…?
Viene aquí muy al pelo el maravilloso poema de Marianne Williamson.
Nuestro miedo más profundo no es el de ser inapropiados. Nuestro miedo más profundo es el de ser poderosos más allá de toda medida.
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta.
Nos preguntamos: ¿Quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso? Más bien, la pregunta es: ¿Quién eres tú para no serlo? Eres hijo del universo.
No hay nada iluminador en encogerte para que otras personas cerca de ti no se sientan inseguras.
Nacemos para poner de manifiesto la gloria del universo que está dentro de nosotros,como lo hacen los niños. Has nacido para manifestar la gloria divina que existe en nuestro interior.
No está solamente en algunos de nosotros: Está dentro de todos y cada uno.
Y mientras dejamos lucir nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo. Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás.
Merece la pena detenerse a reflexionar sobre estas palabras. Si pensamos que cada vez que desplegamos nuestras alas, alguien puede tomar fuerzas de nuestro ejemplo; que siempre que brillamos estamos iluminando otros caminos, ¿se diluirá quizá así este temor tan sumamente paradójico y a la vez común en muchas personas?
También, relacionado con el tema, me parece muy interesante tener en cuenta lo que dice Jorge Luis Borges en su poema El remordimiento:
He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.
De nuevo hay que detenerse ante un poema de esta dimensión. «Los defraudé. No fui feliz. Cumplida no fue su joven voluntad». ¡Qué tristeza de versos! Aunque fuese solo por no tener que vivir ligado a esa sombra de desdicha, a esa suerte de remordimiento, merece la pena lanzarnos a la apasionante aventura de vivir la vida que deseamos y merecemos, por más compleja que sea, ¿no os parece?
En definitiva, mi reflexión de hoy es ¿no sabremos con mayor facilidad de la que pensamos cuál es el camino que hemos de elegir, pero nos escudamos en la duda o la confusión porque nos aterra lo tremendamente complejo que suele ser? Ahí queda. Si os parece interesante, por supuesto podéis compartir, así como también me encantaría conocer, a través de los comentarios, qué pensáis sobre el tema.
P.S.: y ya que he citado Esencia de mujer, no podía cerrar esta entrada sin mencionar otros puntos de ese impecable discurso final que reúne reflexiones realmente brillantes sobre la honestidad, la integridad, las etiquetas, el verdadero valor de un líder, la hipocresía…; de las mejores bofetadas sin mano que he visto. Imposible tratar más y mejor temas esenciales en poco menos de diez minutos. «No hay nada como la visión de un espíritu amputado. No hay prótesis para eso…». «Está usted ejecutando su alma…». «Él no venderá a nadie para comprar su futuro. Y eso, amigos míos, se llama integridad, valor, y esa es la pasta de la que deben estar hechos los líderes».