La vara de medir

Caminaba yo esta mañana cuando me vino a la mente un tema que no sé si me preocupa, me molesta, me asusta… o todo a la vez: el juicio.

Me refiero, claro, a esa manía de juzgar, evaluar, valorar… con la intención de fastidiar, de hacer daño, de quedar por encima de lo juzgado. A esos especialistas del juicio que van por la vida con su vara bien alzada, artilugio que por supuesto contiene la escala correcta desde la que medirlo todo.

Resulta que sí que existían las fórmulas perfectas de enfrentarse a la realidad, al mundo, la vida…, pero las tienen todas ellos. Normal que al resto nos quede vivir en el terreno fangoso de las dudas.

Yendo a lo concreto: ¡menuda vara de medir la de esas personas que entran en los perfiles de una red social de otras sentenciando y juzgando! La de quienes con un tono burlón, sarcástico, bien posicionados en su púlpito de superioridad, avasallan con sus opiniones y sus juicios.

La de quienes (más peligroso aún), a veces lo hacen con sutileza, con amabilidad e incluso con un tono afectuoso (¡vaya afecto!). Que el problema lo tienes tú, claro, que te falta humildad para dejarte medir por su varita y encima por despreciar su maravillosa intención. Y aunque lo exprese así no me estoy refiriendo a algo que me haya ocurrido a mí, o no solo, sino a una tendencia que observo con frecuencia.

Ay, el juicio. Qué herramienta, qué arma, más peligrosa. Se dispara en la mano de quien aprieta el gatillo, pues no conozco una forma más efectiva de dejar al descubierto las inseguridades más profundas, ¿qué hay, si no, detrás de quien necesita demostrar algún tipo de superioridad?

Al final entra una en el dilema de si tenerles antipatía o pena.

Por supuesto, hago esta reflexión con mi vara de medir aquí abajo, medio escondida, medio controlada: vamos que también la necesito (la reflexión, no la vara ;)). No soy adalid de nada y mi tiempo me costó tomar consciencia de lo que también se convierte en un hábito, una inercia, tan perjudicial y peligrosa.

Mientras seamos conscientes y exista la voluntad de mejorar y cambiar…

En definitiva, ¿estamos de acuerdo en que no existen fórmulas perfectas para esto de vivir, verdad? ¿A cuenta de qué vamos a malgastar energías creyendo que las nuestras lo son y, más aún, imponiéndolas?

¿Quién es quién para decirle a otro cómo vivir? Creo que también coincidiremos casi todos en que la vida es muy compleja. Nadie tiene ni idea de las luchas que cada uno sostiene en su día a día. De la dureza, el dolor, las amarguras… que alguien está afrontando, aunque nos sonría o utilice un tono amable, simpático o con un toque de humor con nosotros.

“Qué sabe nadie”, que cantaba Rafael. “De mi verdadera vida. De mis llantos y mis risas”. ¡Me encanta esa letra!

Me gusta también mucho la letra de «Pausa», de Izal: «¿Tú qué sabrás? Si despiertas lejos de esta casa. ¿Tú qué sabrás? Si nunca nadaste en mis entrañas». ¡No tiene desperdicio! «¿Tú qué sabrás? Si no vives dentro de esta jaula».

Antes de juzgar con ciertas intenciones, más nos valdría pensar que hay muchas lágrimas que no llegan a los ojos. Mucho dolor invisible. Muchas sonrisas que son el último recurso de quien solo sabe tirar hacia delante. Muchas personas que solo están intentando, como mejor saben, como tú y como yo, vamos, enfrentar sus vacíos, su tristeza y su dolor.

Por supuesto, nada de lo anterior está reñido con vivir abiertos a las sugerencias, los comentarios, las críticas constructivas de quienes más, y mejor, conocen nuestras circunstancias, los hilos con los que está tejida nuestra fragilidad, o de cuyo amor no cabe dudar.

Imagen de Markus Winkler en Pixabay

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