La escritura como terapia (I)

Voy a comenzar esta serie de entradas tratando de expresar, con la intensidad y matices que me sea posible, qué ha supuesto y supone para mí la escritura y por qué creo en su eficacia como terapia.

Desde muy pequeña encontré en la escritura un entretenimiento, tendría apenas nueve años cuando creé mi primera “novela”, El fantasma del castillo de Flaherty, inspirada en mis libros preferidos, de la colección Los cinco.

Más tarde llegó la adolescencia y la agitación propia de esa etapa siempre encontraba en hojas de papel, fuera cual fuera su formato, el lugar donde recoger las emociones desbordadas que no cabían en el pecho, tan inmaduro aún. Fueron muchos los diarios, los papeles en sucio, ¡hasta las servilletas!, que rellené por entonces tratando de entender qué me sucedía, intentando conocerme, desahogando los intensos arrebatos emocionales, buscando la razón de ese profundo descontento, confesando sentimientos secretos… Puede parecer exagerado, pero hoy sé que no sería la adulta que soy si no hubiera convertido a la escritura en mi mejor aliada durante aquella convulsa época.

Fui creciendo y llegó la madurez, el trabajo, los viajes… Nunca me faltó un cuaderno en un trayecto en un tren, en un avión, apretando fuertemente mis manos para calmarme cuando no había nadie cercano que aplacara los temores, ante las nuevas vivencias, los retos… Poco a poco las palabras fueron convirtiéndose también en la forma en la que me ganaba la vida y hacia ellas fui orientando mi carrera.

En una época más serena, con menos que desahogar, pero más decisiones que tomar, la escritura fue el mejor medio para ordenar mis pensamientos, cristalizar mis deseos, decidir mis objetivos, organizar mis acciones, en definitiva, ponerle fecha a mis sueños…

Y muchos años después volvió la creatividad de la niñez y comencé a jugar con las palabras, inventando mundos imaginarios donde a veces me refugiaba, fotografiando almas, recogiendo experiencias, denunciando injusticias

¡Benditas palabras! Basta repasar aquellas destacadas en negrita para extraer una síntesis de cuáles son las múltiples aplicaciones que le encuentro a la escritura. ¿Entonces, por qué no defender las posibilidades terapeúticas de algo que a mí me ha concecido tan valiosísimos beneficios?

Pero claro, habrá quien esté pensando que no se puede defender un tema así guiándose por una experiencia personal. ¡Por supuesto que no! Nada más lejos de mi intención, haré, a continuación, un resumen de la opinión de muchos profesionales de la psicología y la literatura que han hablado sobre la importancia de la palabra y sus diversas indicaciones para aumentar el beneficio físico y mental.

Freud decía que podían eliminarse las alteraciones patológicas de la mente a través de las palabras y gracias a esta idea les otorgaba un poder mágico, una magia suavizada.

James W. Pennebaker (University of Texas, Austin) ha dedicado gran parte de su carrera como investigador al estudio de las relaciones entre la expresividad y la salud, concluyendo que convertir las experiencias en palabras es sumamente conveniente para la salud y la estabilidad afectiva. En su opinión, la escritura “Nos brinda la posibilidad de acceder a nuestro innato potencial creativo así como a descubrir nuestras emociones y pautas de pensamiento más inconscientes. Con ello se contribuye a reducir nuestro estrés mental, reforzar la autoestima e incluso fortalecer el sistema inmunológico”. 

A la pregunta “¿Por qué escribir sobre las experiencias traumáticas mejora la salud?” afirma Pennebaker: “Una respuesta importante es de tipo cognitivo. Las personas piensan de manera distinta después de escribir sobre los traumas. Al traducir las experiencias al lenguaje humano comienzan a organizar y estructurar las que parecen ser infinitas facetas de los hechos apabullantes”.

Tanto Pennebaker como Cindy K. Chung relacionan, a partir de sus investigaciones, las siguientes explicaciones sobre por qué funciona la escritura:

  • Liberación y desinhibición
  • Ayuda a conocer mejor nuestras partes más oscuras y permite domar los «monstruos» o traumas que interfieren en nuestras vidas.
  • Organizar una narrativa sobre una realidad que hemos experimentado nos ayuda a entenderla mejor
  • Escribir en tercera persona aporta una nueva perspectiva; cuanto más amplia es la visión que uno tiene de sí mismo, mayor es la probabilidad de cambio y mejoría
  • Aclara la mente
  • Resuelve
  • Ayuda a adquirir y retener información nueva
  • Ayuda a reflexionar y valorar distintas posibilidades

En una entrada posterior me detendré a explicar los resultados de los experimentos realizados en este sentido.


Ira Progoff, psicoterapeuta y analista del trabajo de Carl G.  Jung, condujo investigaciones sobre los procesos dinámicos mediante los cuales los individuos desarrollan unas vidas más satisfactorias. Como psicoterapeuta, encontró que los pacientes que escribieron diferentes formas de diarios podían trabajar en sus procesos internos, de manera más rápida. A partir de esta investigación, él desarrolló y refinó posteriormente el método del Diario Intensivo, a mediados de la década de los años 60 y los 70, como un instrumento que ayuda a interpretar el presente desde las experiencias que nos han marcado durante nuestra trayectoria y reaparecen de manera inconsciente, así como contribuye a descubrir aspectos positivos que contribuyen al crecimiento personal.

Ziley Mora Penroz (Chile), escritor, etnógrafo, educador y filósofo, consultor independiente en Procesos Humanos, es creador, además, de la disciplina denominada “ontoescritura”. Se trata de una propuesta de desarrollo del “ser” a través de la dimensión terapéutico-espistemológica que posee particularmente la escritura autobiográfica. “La realidad que somos termina siendo el resultado de una narración, un relato subjetivo. La manera como escribimos nuestra biografía es lo que la determina. Somos hijos de nuestros sueños, de nuestros deseos o de nuestros temores”.

“El proceso cognitivo de organizar lo que uno piensa para escribirlo, tiene un efecto calmante. Puede producir relajación física, bajada de la presión arterial, caída del ritmo de respiración y mejora del sueño, según los estudios”, afirma Nancy P. Morgan, directora del programa de Artes y Humanidades del Centro Oncológico Integral Lombardi, de la Universidad de Georgetown, en Whasington.

Peggy Penn, escritora, poeta y terapeuta, ha explorado el uso de la escritura como parte del proceso terapéutico. Para ella, la escritura aporta un mayor conocimiento de las diferentes voces que nos habitan y ello permite la creación de nuevas narrativas: se fomenta el diálogo y cada voz puede ser contestada, rebatida, o comprendida.

También son muchos los autores y autoras que se han referido a múltiples beneficios de la escritura:

El gran novelista David Foster Wallace decía: “¿Cómo voy a saber lo que pienso antes de decirlo?”.

El poeta argentino Juan Gelman sostiene: “El no saber sabiendo es la característica de la poesía. El poeta se sorprende de lo que escribe y se entera de lo que le pasa leyendo lo que escribe”.

El escritor Graham Green dijo en una entrevista: «Escribir es una forma de terapia. A veces me pregunto cómo se las arreglan los que no escriben, los que no componen música o pintan, para escapar de la locura, de la melancolía, del terror y pánico inherente a la condición humana».

Y Henry Miller dejó escrito en Sexus: «Un hombre escribe para expulsar todo el veneno que ha acumulado a causa de su forma de vivir falsa».

“Soy de ese tipo de personas que no acaba de comprender las cosas hasta que las pone por escrito”,
Haruki Murakami.

 “Escribir te ayuda a conocerte en muchas dimensiones: tu ritmo, tu voz, sobre todo; tus silencios, tu dinámica de pensamiento, cómo formulas esos pensamientos, cómo generas cosas con las palabras. El conocimiento del lenguaje es fundamental para ampliar el conocimiento emocional. Si no puedes poner nombre a tus emociones y a tus procesos te resultará difícil maniobrar con ellos”, Alejandro Palomas.

Son muchos más, Isabel Allende, que confesó haber superado la muerte de su hija escribiendo la obra Paula; Julio Cortázar, que explicó cómo a través de la escritura de un cuento consiguió que se diluyera una obsesión temporal por la comida… Para terminar, copio a continuación una entrevista realizada al escritor argentino Jorge Luis Borges en 1993:

[ ] – ¿No sufre de insomnio?

– He sufrido mucho de insomnio y he escrito un cuento que refleja eso.

– Por eso le preguntaba. Pensaba en «Funes el memorioso».

– Sobre ese cuento voy a contarle un detalle que quizá pueda interesarle. Yo padecía mucho de insomnio. Me acostaba y empezaba a imaginar. Me imaginaba la pieza, los libros en los estantes, los muebles, los patios. El jardín de la quinta de Adrogué esto era en Adrogué. Imaginaba los eucaliptos, la verja, las diversas casas del pueblo, mi cuerpo tendido en la oscuridad. Y no podía dormir. De allí salió la idea de un individuo que tuviera una memoria infinita, que estuviera abrumado por su memoria, no pudiera olvidarse de nada, y por consiguiente no pudiera dormirse. Pienso en una frase común, «recordarse», que es porque uno se olvidó de uno mismo y al despertarse se recuerda. Y ahora viene un detalle casi psicoanalítico, cuando yo escribí ese cuento se me acabó el insomnio. Como si hubiera encontrado un símbolo adecuado para el insomnio y me liberara de él mediante ese cuento.

– Como si el escribir el cuento hubiera tenido una consecuencia terapéutica.

– Sí.

¿Te parece interesante este tema? Si la respuesta es afirmativa, ¡gracias por difundir esta entrada! Y tú, ¿escribes?, ¿te gustaría empezar a hacerlo con fines similares a los mencionados aquí?, ¿te encantaría, pero te sientes perdido/a?, ¿te vendría bien una breve guía con algunas sugerencias? Si es así, no dudes en contactarme a berta@bertacarmona.es, me encantará que compartamos inquietudes y poder ayudarte en la medida de mis posibilidades. ¡Gracias por leerme!

Imagen de Lumapoche en Pixabay

2 comentarios en «La escritura como terapia (I)»

  1. Muy interesante artículo y bien documentado, Berta. Comparto que escribir es sanador; de hecho, ahora que estoy en un momento delicado profesionalmente, me han aconsejado llevar un diario emocional. Y aunque no fuera así, escribir siempre ayuda (por ejemplo, en mi blog sobre educación).
    Gracias por este artículo y por tu labor.

    Responder
    • Muchísimas gracias por tus amables palabras, Salvador. Es una herramienta magnífica, no en todos los casos válida por sí sola, claro, pero siempre un complemento muy útil para cualquier proceso. Gracias por compartir tu situación, ánimo y fuerzas. Me pasaré por tu blog. 😉

      Responder

Deja un comentario

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies