Las historias que nos contamos

En los últimos días he estado reflexionando mucho sobre las historias que nos contamos y el tipo de personajes protagonistas en los que nos convertimos.

Todos necesitamos las historias como esos hilvanes que, al unir unas piezas de tela con otras, logran cohesión, forma, sentido. Necesitamos entender lo que sucedió, lo que experimentamos, lo que nos ocurre…, pero tal vez no seamos conscientes del poder de construcción de realidad que tiene esta herramienta narrativa.

Quizá no hayamos tomado aún consciencia sobre cómo aquello que creemos que ocurrió (siempre las creencias) condiciona la manera en que nos sentimos. Y de cómo lo que sentimos con fuerza, con gran emoción, se convierte en verdad para nosotros, una verdad a la que nos aferramos.

Una verdad que lo irradia todo y llega a manifestarse en lo que recibimos, encontramos, conseguimos, creamos… reservándonos, en tantas ocasiones, un papel de víctimas al que nos acostumbramos muy pronto. Con la fuerza de esos hábitos que, una vez instalados como programas en nuestras mentes, llegan a dominarnos, haciendo que nuestra vida se convierta en justo lo que creemos de ella.

Tal vez tampoco seamos conscientes de cómo cambiaríamos, se transformaría todo, cambiaría nuestra vida, si fuésemos capaces de modificar las historias que nos contamos, las diferentes interpretaciones a través de las cuales le hemos dado sentido a lo ocurrido; del poder de entrenar la mirada para cambiar la perspectiva.

He aquí para mí el reto de vivir con conscienciaganarle la batalla a las prisas, a la inercia, y saber detenernos a tiempo para reflexionar e identificar:

  • Qué nos estamos contando. ¿Tal vez, desde otra interpretación, la mirada de otro personaje, lo experimentado como realidad hubiera podido ser diferente? 
  • Cómo nos hace sentir todo eso que nos decimos (las palabras que utilizamos, los diálogos internos, los juicios severos…)
  • Qué tipo de papel nos toca en la película: si nos consideramos víctimas de las circunstancias, prisioneros de distintos tipos de bucles o inercias, o responsables capaces de tomar las riendas de nuestras vidas
  • Desde qué tipo de filtro interpretamos la realidad. ¿Amor o miedo?

Detenernos para conocer. Sacar a la luz lo que nos devora desde la oscuridad del desconocimiento. No es mal reto, ¿verdad? 

Hay un ejercicio que cuesta, que choca, pero es de gran utilidad. Se trata de imaginarnos que ya tenemos aquello que más deseamos, que ya somos esa versión de nosotros mismos en la que nos gustaría convertirnos, que ya estamos viviendo el tipo de vida con la que soñamos. Imaginar con el máximo nivel de detalle hasta que sintamos el bienestar, la satisfacción del deseo cumplido. Hasta que el sentimiento positivo (de nuevo el sentimiento) lo impregne todo: las palabras que nos decimos, los pensamientos, las emociones, nuestro estado de ánimo (siempre presente eso de Herodoto de “Tu estado de ánimo es tu destino”). 

Algo similar a la reflexión de William James: «No canto porque soy feliz; soy feliz porque canto». 

Aunque es muy apasionante, nada de lo anterior es sencillo. Habituarnos al rol de víctimas es más fácil, en ocasiones puede ser un refugio muy cómodo: dejar que la inercia nos empuje requiere menos esfuerzo. De nosotros depende qué papel elegimos y, como con todo, el precio que pagamos.

Me encantaría conocer tu opinión sobre el tema. ¿Has reflexionado alguna vez sobre la historia que te has contado? ¿Crees que podría ayudarte cambiar tu narrativa? ¿Tienes experiencia con ejercicios de este tipo?, ¿te apetecería compartir conmigo tus resultados? Puedes comentar abajo o escribirme a berta@bertacarmona.es.

Gracias por estar al otro lado. Un fuerte abrazo, 

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Imagen de StockSnap en Pixabay

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