Algunos de estos papeles, ya rotos, ya incluso en el contenedor de la basura, contenían listas de tareas que más de una noche, y de dos, me quitaron el sueño. Números y cuentas que un día no cuadraron y me hicieron sentir triste, insegura, ansiosa… Planes, objetivos, metas… que engordaron mi insaciable autoexigencia y me impidieron respirar tranquila.
Hoy, sin embargo, ya no son nada. Todas esas cuentas y proyectos y actividades que un día cuadraron, y otro, no; que me llamaban al orden con su atroz inclemencia, hoy no son más que una porción pequeña de una basura inmensa que recorrerá las calles de una ciudad mediana. Y lo harán junto a tantos otros papeles, también rotos, algunos con ira, otros con ese temblor de manos que acompaña al llanto, a la profunda tristeza… Papeles que tal vez acunen declaraciones de amor nunca enviadas, o reflexiones que se ahogaron en el pecho de ese vecino con el que siempre te cruzas y nunca miras a los ojos.
Y mañana, quién sabe si mañana, esa impostura de agenda deshojada, esos cálculos torpes, esos sentimientos asfixiados… no estarán ya en una planta de reciclaje, convertidos en un papel nuevo, sin rastro de lo que dolió un día. Un papel nuevo donde el ciclo comience.