La esencia de una persona

En la adaptación cinematográfica que Tim Burton hizo de Alicia en el País de las Maravillasme llamó la atención una frase que a mí me parece de gran interés para la vida en general y para nosotros los escritores en concreto: la muchedad o muchosidad (depende de la traducción), eso donde reside la esencia de una persona.

Como sabéis, esta publicación de Lewis Carroll trasciende la literatura infantil para convertirse en una obra inspiradora por excelencia y llena de una simbología poderosa que nos llega directamente al corazón haciéndonos reflexionar sobre asuntos fundamentales.

En un determinado momento, el Sombrerero Loco le dice a Alicia que nunca pierda su muchedad, eso que nos hace únicos, que nos permite mantener el contacto con la magia de la vida, que nos da fuerza…; en definitiva, ahí donde flota, tantas veces olvidada y pisoteada, la esencia de una persona.

La muchedad son nuestros talentos naturales, lo que hacemos con la mayor fluidez y sencillez y con lo que más disfrutamos…

Nuestra muchedad es lo que nos apasiona y cuando nos dedicamos a ello el tiempo pasa y conseguimos brillar con una intensidad única, porque solo así nos sentimos en plenitud.

Nuestra muchedad es eso que en la mayoría de casos se nos queda escondido, asfixiado bajo un montón de capas que vamos superponiendo: cuando estudiamos una determinada carrera, sin gustarnos, porque podía proporcionarnos un futuro mejor; cuando nos quedamos en ese empleo porque tocaba pagar facturas o la hipoteca; cuando alguien nos dijo que no éramos suficientemente buenos en eso que tanto nos gustaba; cuando desconfiamos de nuestro potencial, de nuestra fuerza; cuando nos alejamos de nuestros sueños; cuando la palabra imposible empezó a sonar con demasiado eco en nuestra cabeza…

Son muchas las vivencias (dependiendo de las circunstancias de cada uno) que nos caen encima como piedras y acaban lapidando nuestra muchedad, pero casi todas se resumen o van a parar a ese momento en el que dejamos de creer en nosotros; en el que permitimos que nos convencieran de que eso con lo que soñábamos era imposible; en el que nos rendimos a la evidencia de quienes no lo consiguieron (tal vez porque ni siquiera lo intentaron); en el que la vida perdió para nosotros ese toque de magia, esa energía especial.

Casi todo en la sociedad parece pensado para hacernos perder la muchedad. Al sistema le viene mejor el grupo, lo homogéneo; en masa somos mucho más manejables, por lo que es habitual que se castigue a quien se sale, a quien no se ajusta a los patrones, a quien rompe los esquemas… Penalizar a quien reivindica sus particularidades, sus diferencias propias, es una manera de lo más eficaz de destruir nuestra muchedad.

¿Y cuáles son las consecuencias? Si perdemos la conexión con nuestra esencia, lo que nos gusta, lo que deseamos, lo que da sentido a nuestros días y nos llena de entusiasmo y pasión…, y nos limitamos a vivir la vida que otros piensan que deberíamos llevar, nos convertimos en una especie de zombies que se arrastran por la vida, siempre corriendo: de la cama a la ducha, de la ducha al atasco, de la carretera a la oficina para volver a casa a correr y así continuar el ciclo…

Y, si caemos en una rueda como esta o similar, lo que ocurre es que abrimos un blog, y escribimos un libro, pero sentimos que nos cuesta horrores encontrar nuestra propia voz, que ni siquiera sabemos qué enfoque queremos adoptar, que nos expresamos de una manera casi robótica, muy similar a lo que hace la mayoría: nos falta algo, no conseguimos brillar.

¿Te suena de algo esta situación? Si te resulta familiar, yo pienso que lo mejor es iniciar cuanto antes ese viaje interior hacia donde se quedó escondida, enterrada, asfixiada tu muchedad; que retrocedas en el tiempo hasta saber cuándo la perdiste, por qué, y luches contra aquellas fuerzas devastadoras. Que la encuentres y una vez localizada te ancles a ella como a una barricada, con la firme disposición de no separarte jamás.

Porque solo desde tu muchedad podrás volcar en lo que escribes (ya sea tu blog o tu obra) aquello que de verdad erestu esencia más auténtica, y solo así podrás hacerlo con la máxima pasión.

Solo desde ese lugar es posible brillar con la máxima intensidad, demostrarles a quienes te sigan, te lean, que el tuyo no es un trabajo más, ¡es el tuyo!; con esa huella, esa impronta especial que nadie más es capaz de dejar.

Qué podemos hacer para encontrar nuestra muchedad

Si te interesa el tema, a continuación compartiré contigo mi reflexión sobre qué podemos hacer para encontrar nuestra muchedad:

– Valorar el silencio y la quietud, ambos fundamentales para conseguir realizar ese viaje a nuestro interior.

– Dejar de darle más importancia a las opiniones ajenas que a las nuestras. ¿Qué pensamos de nosotros mismos, cómo nos sentimos cuando nos miramos al espejo? Decía Cicerón: “Mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo”.

– Liberarnos de esos miedos paralizantes que están reduciendo nuestra vida: hay que dar el paso, hay que intentarlo, hay que apostar por uno mismo. Después de todo, si lo que nos detiene es equivocarnos, ¿acaso no estamos fallando también si no hacemos nada?

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– Querernos y aceptarnos con todas nuestras particularidades. Me parece positivo tener referentes, impulsarnos en trayectorias inspiradoras, pero no nos obsesionemos con parecernos demasiado a otros, ¿no es mejor luchar por ser nosotros mismos?

– Pasar de las críticas, del temor al qué dirán, al qué pensarán. No podemos gustarle a todo el mundo, eso es imposible, pero cuanto más autenticidad haya en nuestra “voz” más gustaremos a quienes de verdad les interesamos.

– Reflexionar sobre todo aquello que nos active un resorte, que nos erice la piel, que nos dé un subidón de energía: música, película, obra de arte, personas… Tal vez esos estímulos nos “tocan” de una manera especial porque en ellos hay parte de nosotros, de nuestro sentir, de nuestra esencia. En esta publicación reflexiono sobre las «cosas» que nos gustan…

– Preguntarnos, mantener diálogos internos fluidos que nos permitan identificar posibles bloqueos:

  • Sobre nuestros principales valores, los que nos permiten irnos todas las noches a la cama con la conciencia tranquila y el mayor grado de satisfacción personal.
  • Sobre nuestros talentos y habilidades. ¿En qué somos mejores, cuál es la mejor aportación que podemos hacer a la sociedad?
  • Sobre esa actividad con la que nos sentimos mejor, con la que fluimos y somos conscientes de que el tiempo pasa volando, para la cual somos capaces de despertarnos al sonar la alarma sin apenas esfuerzos, sin pereza, con la máxima ilusión y energías.

Una vez que hayamos encontrado respuestas a las preguntas más significativas para nosotros. ¡Actuemos! Es muy importante no caer en la parálisis por el análisis; no esperar a encontrar la voz definitiva para abrir un blog o para publicar un libro, porque no es una tarea fácil. A veces la voz llega después de mucho tiempo de trabajo, por lo que, si nunca empezamos, más lejos aún estaremos de conseguirlo. Aquí hablo sobre la importancia de fraccionar nuestras metas y caminar pasito a pasito.

Y no olvidemos revisar nuestros miedos. ¿Qué es lo peor que puede ocurrir si hacemos eso que nos gusta, que reúne nuestros valores principales, que nos hace feliz, con lo que fluimos y que, además, tiene un objetivo de contribuir a la comunidad?

Me despido con una frase de otro personaje de esta obra, la oruga azul, que en un determinado momento le pregunta a Alicia “¿quién eres tú?”. Merece la pena tener esa pregunta bien presente, ¿no te parece?

Si este artículo te ha removido, pero sientes que hay algo que te limita desde lo más profundo. Si llevas mucho tiempo queriendo cambiar, pero no lo consigues, te regalo mi guía ¡BASTA YA!: Atraviesa tus bloqueos.

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Gracias por tu tiempo y tu atención y ¡a por esa muchedad! 😉

Imagen de Jill Wellington en Pixabay

1 comentario en «La esencia de una persona»

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