Cada vez que Facebook me muestra un recuerdo de hace X años, la veo a ella en los “Me gusta”, en los comentarios, apoyando, arropando…
Ella siempre estaba. Ay, cómo duele ese tiempo verbal. “Estar”, ¿no es, acaso, eso la amistad? O una de sus formas.
Nos separaban muchos kilómetros, más de veinte años de edad…, nada que impidiera que se creara ese vínculo especial que tanto llena y enriquece una vida.
Nada que imposibilitara que creciera el afecto auténtico, sincero, lejos de amiguismos y esas “galerías de espejos” de las que ambas rehuíamos.
Cómo olvidar esa vida arrebatada sin compasión, sus proyectos, sueños, ilusiones…
Cómo no pensar en su amor, en ese dolor sin consuelo… ¡Ay!
A veces, al recordarla, la pena sube directamente, sin filtros, a los ojos.
Me acuerdo y el sabor amargo de la injusticia me quema las entrañas. Cada avance en la vacunación, un dardo en la diana de los recuerdos.
Siempre estaba, pero ya no está, no de esa manera, por mucho que nos consuele su legado, el recuerdo de su sonrisa o esa manera en la que brillaban sus ojos.
¿Por qué? Qué inevitable pregunta.
¡Qué injusto! Qué inevitable queja, qué común entre quienes conocen la pérdida.
Como si nos correspondiera a nosotros juzgar lo que acontece…
Como si fuera posible comprender lo inextricable.
Mis lágrimas, amiga, tienen el sabor de tu cariño.
Si el precio de querer es echar de menos, bendigo mi tristeza,
porque yo te quise, te quiero, te he querido…
Abrazo eterno,