Acaba de comenzar el otoño y yo, después de meses, vuelvo a mi web para hablar de amor. De novelas de amor.
No sé si con esto se activarán en quienes me leéis ciertos prejuicios. Sobre las novelas de amor o simplemente sobre el amor.
Me lo pregunto porque en la última novela de Manuel Vilas, Los besos, escribe él que «hemos dejado de creer en el amor».
Me hizo reflexionar mucho esta frase, me interpeló. Y me di de bruces contra un prejuicio propio que aún no sé de qué extraña materia está hecho, ni cómo, ni cuándo comenzaron a tejerse los hilos que le han dado forma.
Un prejuicio, digo. Si solo fuera uno… Sobre el amor y sobre las novelas de amor también.
Por eso, ahora lo comprendo, respondía con tanta torpeza, timidez, vergüenza… cuando alguien me preguntaba de qué iba mi novela.
Como si temiera que explicándola así, como una historia de amor, una historia sencilla, no consiguiera interesar a mis interlocutores o los ahuyentara o fueran a colgarme una etiqueta surgida de sus propios prejuicios.
Quizá por eso, mi voz para defenderla, para hablar de ella, para apostar por su publicación estaba tan debilitada.
Ahora, como si un viento amable hubiera reordenado la piezas de mi puzle, sí lo veo claro. No estaba sabiendo transmitir (quizá tampoco reconocer) la verdadera importancia del amor para mí . ¿Por qué, si no, iba yo a dedicarle tanto tiempo y tantas energías a escribir esta novela en la que he trabajado más de cinco años?
Y es que yo he escrito una novela de amor, sí, una historia sencilla, una historia de una pareja, pero a través de la cual reflexiono sobre mis principales inquietudes vitales: por qué nos cerramos ante ciertas experiencias, la trascendencia de algunas decisiones y cómo estas pueden marcar una trayectoria, los miedos (alguno tan extraño y desconocido como el que provoca la felicidad cuando, de manera inconsciente, no creemos merecerla), las heridas de la infancia, las sombras del pasado, la inseguridad e incapacidad para confiar, las creencias sobre nosotros mismos y lo que nos rodea, etc., etc.
He escrito una historia de amor quizá sencilla, sí, pero a través de la cual buceo en el tipo de amor que más me interesa e inquieta, que más preguntas me plantea: esa experiencia integral y profunda (a veces una de las pruebas más elevadas a las que nos somete la vida) que, lejos de egoísmos y la mera satisfacción de los deseos propios, nos impulsa a una transformación personal que nos hace ir más allá de nosotros mismos, sumergirnos en nuestras profundidades, atrevernos a sanar, perdonar y abrirnos a la inmensidad de la vida que nos espera detrás del miedo.
Ese tipo de amor ante el que tantas veces nos cerramos, contándonos cuentos de prohibiciones y normas que solo existen en nuestras mentes y sirven para justificar los múltiples temores que nos atenazan.
Ese amor que no pocas veces pone nuestra vida patas arriba.
El amor como tempestad ante la cual no hay refugio ni guarida, pero también como camino hacia nuestra verdadera esencia.
El amor como…, si os interesa, os encontraréis en esa novela que espero pueda ver la luz antes de que finalice el año.
En definitiva, he de agradecer a Manuel Vilas que me haya confrontado con sus reflexiones y con la naturalidad con la que habla de su novela como una historia sencilla y una novela de amor. Porque yo soy la primera que siempre he defendido que no hacen falta tramas complejas para transmitir, emocionar, iluminar caminos, abrir puertas, suscitar reflexiones que aporten claves y puedan cambiar toda una trayectoria vital… Y no sé por qué se me había olvidado.
Y porque como también dice Vilas: «necesitamos hablar de amor». Y yo añado: tal vez también, volver a creer en él, si es que es cierto que hemos dejado de hacerlo.
¿Qué pensáis?