Solos con nuestro cansancio

A veces, no hace falta que esté ocurriendo nada grave en nuestras vidas para que nos sintamos mal.

A veces, es un cúmulo de pequeñas cosas (pequeños malestares, decepciones, errores, dudas…), pequeños todos, insisto, que se van superponiendo unos a otros, sutil y ligeramente, como si no estuviera pasando nada, hasta que algún día (después de bastante, normalmente) salta una alarma y nos damos cuenta de que sí pasa. Vaya si pasa. Lleva pasando mucho más tiempo del que somos capaces de reconocer.

Pasa y pesa. Pesa tanto que comenzamos a sentir un cansancio profundo. Una pesadez que nos impide movernos con la agilidad que en un tiempo fue habitual en nosotros.

Un cansancio que nos vuelve no solo más lentos de movimientos, sino también de reacción. Llegan los bloqueos, la saturación, la incapacidad de tomar hasta las decisiones más sencillas y resolver la más fácil de las gestiones.

La incapacidad, incluso, de apreciar y disfrutar con lo que siempre lo hicimos.

Un cansancio que nos va llevando a evitar situaciones, separándonos de los demás; que, en definitiva, nos va aislando.

Y todo esto, poco a poco, va mermando nuestra confianza, nuestra autoestima, convirtiendo nuestros días en un caminar desordenado y disperso por una especie de laberinto cuya salida nos cuesta cada vez más atisbar.

Y no es extraño que empiecen a invadirnos también los miedos, la incertidumbre, la asfixia, la ansiedad… No ocurre nada grave, seguimos diciendo. Ni siquiera sabemos qué responder cuando alguien nos pregunta. «Bueno, va todo razonablemente bien»; «Aquí estamos, intentando adaptarnos a XXX». Cuando no lo despachamos con un «Bien, bien, todo bien», sacado del bolsillo, estándar y reluciente, para la ocasión.

Ni siquiera somos capaces de reconocer qué nos ha conducido a este estado; cómo, entonces, vamos a explicárselo a los demás.

No tenemos tampoco un diagnóstico sobre el que apoyarnos o descansar aunque sea hasta entender, hasta comprender lo que sucede. Y como ni podemos precisar las razones, cómo vamos a esperar que otra persona nos entienda.

Es un trance complejo, al que hay que añadir la culpabilidad. Porque recordemos que no pasa nada grave, tan solo que…

«Pues si no pasa nada grave, déjate de tonterías y anímate, hombre», nos pueden decir. «No le des tantas vueltas a las cosas».

Y, bueno, otro tipo de frases con las que intentamos ayudar cuando no tenemos ni idea de cómo. Y cuando nos sentimos obligados a cubrir como sea algunos silencios que nos incomodan. Y cuando aún no hemos entendido que la mejor manera de ayudar a alguien es acompañándole (un «aquí estoy» simple y llano, pero ¡tan poderoso!) desde el amor: respetando, no exigiendo NADA, no juzgando.

De lo contrario, podría parecer que le estamos diciendo a quien está mal que lo está porque quiere, porque no intenta estar de otro modo, porque no lucha. «Luchar», qué nos gusta esta palabra.

Y, claro, cómo explicar que, muchos días, desde que se abren los ojos, es precisamente eso lo que comienza: una lucha.

Una lucha agotadora contra ese cansancio que parece brotar desde una fuente infinita, un cansancio que cada vez circula con más intensidad, con más fuerza, que inunda todas las facetas de nuestro ser. Pero ante el que estamos solos.

Solos el cansancio y nosotros.

Solos con nuestra incapacidad para resolver algo, reconducir el camino, vencer las inercias…

Solos con nuestras sonrisas de tranquilidad, nuestras máscaras de normalidad y nuestro saber estar.

Estar sin que se note. En esa espera de que algún día algo cambie. Porque tiene que cambiar. ¿Cuánto tiempo, si no, vamos a seguir así, tan solos, tan perdidos, tan cansados…?

Imagen de Ri Butov en Pixabay 

Deja un comentario

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies