Hoy vengo a contaros que ¡acabo de recibir la prueba de mi novela! ¡Mi primera novela! Habrá a quien, quizá, le pille esto por sorpresa, pero hay quienes sabéis el tiempo que llevo liada con este proyecto; el proceso de escritura, las dudas, los bloqueos…
¿Qué es lo primero que debería contaros? ¿De qué va, verdad? Ante esta pregunta, me acuerdo de algo que leí sobre Tolstói quien, por lo visto, dijo que para resumir el argumento de Ana Karenina tendría que escribir otra novela… Claro que las comparaciones son odiosas, y más con Tolstói, pero ¿se entiende a lo que me refiero, verdad? 😉
Bueno, Bocas que se cierran es una novela de amor. En esta entrada me extiendo un poco sobre esto y explico qué quiero yo decir cuando hablo de amor, es decir, todo lo que abordo a partir de este concepto, este tema.
Y para esto también está la sinopsis, ¿no?
Ni Sonia ni Pedro saben ponerle nombre a lo que ha surgido entre ellos hasta que concluyen que ciertos sentimientos no se dejan atrapar en un simple concepto: para entenderlos hay que vivirlos, hay que sumergirse en ellos como en un mar agitado, disfrutando de su brío, de su fuerza, sin miedo a que las olas nos golpeen con violencia y nos derriben.
Para afrontar esa tempestad que pone patas arriba sus vidas, ambos se enfrentarán a su pasado, a las heridas de su infancia, a sus dudas e inquietudes más profundas y, sobre todo, a sus miedos, alguno tan extraño y desconocido como el que provoca la felicidad cuando, aunque de manera inconsciente, no creemos merecerla.
Una novela llena de reflexiones profundas que es, a la vez, un canto al amor y a la amistad. Un libro esperanzador que nace de la confianza en el ser humano, que reconforta y sirve como espejo en el que mirarse para revisar principios, creencias, puntos de vista… que nos ayuden a vivir más libres y más plenos.
El título se lo debo a Felipe Benítez Reyes, que escribió para la canción «Amor prohibido», de Rozalén:
«No existen frutas prohibidas,
sino bocas que se cierran».
¿No os parece maravilloso? Es que Felipe Benítez Reyes…
El editor, José Manuel Aparicio, escritor y compañero de trabajo durante años, al conocer el contenido de la novela dijo «es Berta total», así que quienes me conocéis o seguís por mi web o redes, más o menos podéis imaginaros lo que encontraréis entre sus páginas: reflexiones.
Porque he trabajado en esta novela durante los últimos cinco años de mi vida y he ido abordando mis principales inquietudes vitales: por qué nos cerramos ante ciertas experiencias, la trascendencia de algunas decisiones y cómo estas pueden marcar una trayectoria, los miedos (alguno tan extraño y desconocido como el que provoca la felicidad cuando, de manera inconsciente, no creemos merecerla), las heridas de la infancia, las sombras del pasado, la inseguridad e incapacidad para confiar, las creencias sobre nosotros mismos y lo que nos rodea, etc., etc. En definitiva, todo aquello que nos impide, o nos ayuda a, vivir la vida mejor, más plena.
Y, bueno, que parece que va a ser un peñazo y ¡no!, ¡no!, al menos la lectora profesional que me hizo el informe de lectura destacó que poseía «Una estructura narrativa atractiva y ágil que atrapa al lector en una lectura fresca, a pesar del dramatismo de algunos de los hechos narrados».
También:
Que poseo «una potente voz narrativa. Una voz fuerte, contundente» y que las reflexiones que incluyo son «un manual para la vida» y «muy valiosas».
Que se trata de «Un texto que denota capacidad narrativa al tiempo que honestidad y trabajo».
«… bien tramada, bien argumentada y, por supuesto, bien escrita».
«Un libro que aborda aspectos como el peso de la tradición, de la religión, de las creencias, de la culpa, pero que también es un canto al amor y a la amistad […] que reconforta y te acerca al otro […] + que nace de la confianza en el ser humano. Un libro esperanzador».
Y, para terminar, os dejo con algunos fragmentos que pueden servir también de carta de presentación:
¿Acaso algo tan noble y puro como un amor así no tenía la fuerza necesaria para sortear todas las piedras del camino? Si amarla de aquella manera en la que yo lo hacía no era capaz de evitarle la tristeza, la angustia y los miedos, ¿acaso el amor no era suficiente? La desgracia de los amores sublimes era un tema universal, mientras que eran más que frecuentes las parejas que seguían unidas por los acuerdos más prosaicos. ¿Tal vez las personas, para ser felices, necesitábamos sentir menos o sentimientos menos elevados?, ¿a lo mejor todo consistía tan solo en ponerse de acuerdo en cómo tirar para adelante?
La admiración que me despertaba aquel hombre era más fuerte incluso que el amor, aunque a lo mejor el amor no sería tan grande sin esa admiración que jamás había experimentado de una manera tan noble ni tan inmensa por ninguna otra persona.
—Ven, ven aquí, abrázame. Ya te decía antes que no hay quien llegue a la vida adulta sin alguna herida por sanar, heridas que nos hicieron, o nos hicimos, cuando no estábamos preparados para el dolor, cuando tan solo deseábamos que nos amaran, protegieran y apoyaran; heridas que nos expulsaron de esa patria feliz que para algunos es la primera infancia.
¿Cuántos problemas nos ahorraríamos en la vida si, desde niños, se hubieran respetado nuestras inclinaciones, nuestra propia esencia, si se nos hubiera aceptado tal cual éramos? ¿Cómo hubieran sido nuestras vidas si desde pequeños hubiésemos aprendido más sobre inteligencia emocional y habilidades sociales?
Pero ¿acaso era posible ser siempre sinceros, sinceros al cien por cien, en una relación? ¿No había resquicios, que se abrían a veces sin ni siquiera ser conscientes, por los que se colaban algunas pequeñas mentiras que actuaban como válvulas de escape?
… mientras interactuemos desde el dolor, desde el sufrimiento, desde el miedo, es imposible que nos amemos con la pureza, la generosidad y la intensidad que debería ir siempre asociada al amor.
Y esto tan profundo, tan intenso, tan sublime, ha venido también, como tú decías antes, a poner patas arriba mi vida, a hacerme que me lo replantee todo. ¿Y sabes qué, Anita?, ¿y si eso no es tan malo?, ¿y si nos aferráramos demasiado a nuestras creencias, a nuestras manidas zonas de confort, y lo que necesitamos es que la vida nos sacuda con historias —las vividas con Pedro o Esteban por ejemplo y lo que han traído consigo— que arrasen con todas nuestras certezas y nos dejen a la intemperie?
¿No has pensado nunca, Sonia, que esas pequeñas tablas de salvación a las que nos aferramos en el día a día entrañan un gran peligro?, ¿que si no las tuviéramos tomaríamos contacto con la profundidad real o la gravedad de la situación y sería más fácil hacerle frente?
«¿Cuántas vidas podíamos vivir en una?, ¿cuántas vidas albergábamos todos debajo de esas capas más externas y visibles?, ¿cuánta gente moriría sin haber logrado traspasar, ni un poco, esa superficie, sin conocer la riqueza de su complejidad, sin desplegar sus alas ni emitir toda la luz que poseía?», reflexioné mientras también me encendía un cigarrillo.
A estas alturas de la vida, Ana, el único Dios en el que creo, la única religión, el único camino espiritual que puede hacernos superar la ignorancia, y despertar, es el amor. Pero ese amor que lo abarca todo, que es esencia y motor universal, ese amor con mayúsculas y sin tantos peros y coacciones.
En un par de semanitas, si todo va bien, ¡estará terminada la tirada y será vuestra! Gracias, de antemano, por vuestro interés y atención, y a quienes de alguna forma u otra me habéis apoyado y animado a llevar adelante este proyecto. ¡Gracias infinitas!
P.S.: si te interesa recibir en tu correo este tipo de reflexiones y contenidos, puedes suscribirte a mi lista de correos, aquí.