No sé dónde habrá dormido esta noche, si tendrá algo que separe su espalda de un suelo frío, húmedo, abrupto…
No sé si habrá tomado alguna bebida caliente antes de comenzar una nueva jornada o desde cuándo no se llevará una comida en condiciones a la boca.
No sé qué pensará cuando nos ve cada día salir de nuestro cómodo hogar, cogidos de la mano, cantando canciones infantiles camino de la guarde, intercambiando miradas cómplices; si añorará a algún hijo, sobrino o nieto que haya tenido que dejar en su país, o a un ser amado perdido para siempre…
No sé con qué sueña, cuál es su motor principal, qué guarda en la mochila de la vida que todos cargamos… No sé de dónde viene ni adónde va…
Todo lo que sé de él es que cada mañana, su rostro se ilumina con el saludo de mi hijo, y que hoy, aprovechando que no había ningún coche que aparcar, él, a quien dudo que le sobren los alimentos, se ha acercado a mi peque para regalarle un paquete de galletas, un paquete que, quizá, muchos niños de su país, tal vez su hijo, su nieto o amigo, anhelen cada noche cuando cierran los ojos, apretándolos con fuerza, invocando al sueño para que llegue pronto y, al menos durante unas horas, puedan olvidar el dolor de sus pequeñas barrigas vacías.