En algunos momentos vitales, nos sentimos bloqueados por muchas razones, entre ellas, los miedos, muchos miedos, enormes, irracionales, descontrolados… Tantos que constituyen una especie de masa amorfa y, si nos paramos a pensar en cuáles son realmente, nos cuesta identificarlos, desmenuzarlos, ponerles cara.
El miedo convertido en un hábito, como abordé en este artículo.
Y es importante. Es importante saber cuáles son, qué forma tienen, para poder hacerles frente. Porque resulta que en el ejercicio de reconocerlos, muchas veces pierden fuerza. Nos damos cuenta de que no son tan altos, ni tan poderosos, ni tan corpulentos como para tenernos así de amenazados y empequeñecidos, siempre caminando por la vida con la cabeza baja.
También, porque reconocerlos nos ayuda a descubrir las diversas estrategias de huida a las que nos aferramos: las historias de victimismo en las que nos refugiamos, los muros de ideas y creencias que levantamos para protegernos, etc.
El ejercicio sería algo así como preguntarnos, si podemos hablarlo con alguien, bien; si no, escribiendo, qué es lo que realmente nos da tanto miedo.
Por ejemplo, si no estamos dando algún paso concreto en algún ámbito de nuestra vida, intentar averiguar qué es lo que realmente nos está deteniendo. Por qué nos sentimos bloqueados. ¿Qué es lo que realmente nos da tanto miedo? ¿Qué nos asusta más? ¿Qué es lo peor que nos podría pasar?
¿Defraudar a alguien? ¿A quién tememos más defraudar? ¿A nuestra pareja, nuestros padres, algún amigo o amiga…?
¿O lo que nos asusta más de verdad quizá sea defraudarnos a nosotros mismos? ¿Al niño que fuimos, al adulto que planeamos, a las promesas que nos hicimos, a aquellos sueños que tanto defendimos y a los que no hemos sido ni mínimamente capaces de acercarnos?
¿Qué expectativas o exigencias pueden estar operando en ese miedo? ¿Vivimos encerrados en la cárcel del perfeccionismo? ¿Esos altos ideales con los que nos autoflagelamos y cargamos de presión nos pertenecen, los hemos integrado en coherencia con nuestra verdad personal, o hemos ido heredando creencias y patrones sin apenas ser conscientes?
Porque no es lo mismo fallarle a la idea que los demás tienen de nosotros que fallarnos a nosotros mismos. No es para nada igual fallarles a los caprichos de nuestro yo superficial que fallarle al anhelo o aspiración esencial de nuestro ser.
Nada de esto es fácil, me consta, pero creo que en el planteamiento del ejercicio, en la reflexión, ya ganamos algo, aunque sea concluir que no podemos con esto solos y nos vendría bien contar con ayuda, ya sea de amigos o de un profesional.
Si lo de defraudar expectativas ajenas lo hemos superado ya, quizá la causa de nuestro bloqueo sea algo tan general como miedo a fallar. Pero ¿a fallar qué, en qué, cómo? Creo que merece la pena avanzar en el ejercicio, profundizar en la reflexión, darle forma.
A veces es algo tan general como miedo a no acertar, a dejar atrás una opción mejor.
Pero cuando nos acercamos a este miedo, se le ven fácilmente las costuras. Porque no es difícil entender que sin movimiento (aunque sea interior, de actitud, de espíritu) no hay posibilidad de acierto, por lo que, no dar el paso ya es equivocarse, y, puestos a elegir miedo, ¿por qué uno y no otro? Mejor siempre un miedo que nos acerque a nuestra verdad que uno que nos distancie de lo único que puede colmarnos de sentido y plenitud.
Es decir, decidir quedarnos inmóviles por miedo a no decidir bien ya puede estar siendo una mala decisión. Lioso, pero a la vez claro, ¿verdad?
Lo dejo aquí hoy porque en realidad, si una sola de estas preguntas/reflexiones te llegan en el momento oportuno, quizá sea suficiente.
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